jueves, 4 de noviembre de 2010

Poder

El tipo me atacó, quería robarme, exactamente no sabia el lugar en el que estaba, una habitación, oscura. Por alguna razón pensaba en que afuera hacia frío, probablemente nevaba, miré al techo y había una araña, era grande y oscura con una marca roja en la espalda, luego miré hacia el frente ante una nueva embestida de mi enemigo, no fui preciso y un  palo se dejó caer sobre mi hombro, de seguro estaba roto, o al menos dolía como si lo estuviera, solo sino caer de rodillas.

Entre manoteos en el suelo tratando de recobrarme esperando una segunda arremetida, mostró una cara de espanto indescriptible. Treinta o cuarenta arañas le estaban subiendo por el cuerpo, comenzó a gritar por ayuda y en ese momento noté que no estábamos solos, sus amigos riendo lo miraron y dijo uno que entre la sombra no alcanzaba a divisar “sácatelas tu, yo no me meto con esas cosas ni cagando”. Ellos siguieron riendo hasta que aquello los dejó estupefactos, una araña gigante de rostro humano, tan solo dos ojos enormes, y una boca repleta de colmillos. Tomó al tipo repleto de arañas y le dio una brutal dentellada en medio del pecho, ahí mismo mi enemigo comenzó a retorcerse y entre llanto y alaridos comencé a ver algo terrible, el veneno de la araña le comenzó a corroer el cuerpo, se iba derritiendo como si de ácido se tratara, al punto en que aquel cuerpo ahora era una masa informe de carne y por supuesto, ya no habían gritos. Paralizado por el miedo veía como las arañas ahora avanzaban hacia mí, hasta que la araña gigante se puso en frente.

¿A qué le temes? Preguntó con una voz susurrante pero abrasadora. Viste que les pasó, mi veneno consume el odio y la codicia en cambio a ti, te daré un regalo, te regalaré la maldición del poder, serás poderoso y verás lo triste y solitario que eso puede ser.

En ese momento mi cuerpo comenzó a sentir dolor, los colmillos entraron por el mismo hombro roto, rasgando la piel resquebrajando el hueso. Mi cuerpo se hallaba convulsionando, me desvanecí poco a poco. Lo último que vi, antes de sucumbir a la fiebre y el dolor, fue un charco de sangre y carne corroída en el suelo cerca de mí, eso, hace unos minutos me había atacado sin piedad.

Vi las arañas que avanzaban en la oscuridad y oí en la lejanía los alaridos de quienes habían huido antes. Cerré los ojos en silencio me decía que mis enemigos ya no serian una amenaza…